Tengo Sed

En el conocido pasaje del Evangelio sobre el encuentro de la mujer Samaritana con el Señor en el pozo, Jesús abrió la conversación con la mujer al pedirle agua. “ Dame de beber “ le dijo a ella. Sus palabras están cargadas de significado más allá de lo natural. Jesús tiene sed. San Agustín comenta, “ Quien pedía de beber, tenía sed de la fe de esa misma mujer.” ( Tratado sobre el Evangelio de Juan, Tratado 15, número 11 ). Jesús tiene sed de nosotros, de nuestra fe, de nuestros corazones. La magnitud de esta realidad va más allá de nuestra comprensión. Dios, el Creador del universo, el Todopoderoso, anhela tener intimidad con cada uno de nosotros.

Como un amante cuya anhelante mirada a su amada provoca en ella un anhelo recíproco, así  la sed de Jesús por nosotros puede evocar nuestra sed por Él. Si le permitimos trabajar en nuestros corazones, el anhelo de Jesús por la comunión con nosotros produce nuestro anhelo por Él. “ La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él.” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2560). San Agustín comenta, “ (Jesús) pide de beber y promete beber. Necesita como para recibir, y está sobrado como para saciar.” (Tratado 15, número 11). Y Su bebida que nos satisface es el regalo del Espíritu Santo. Jesús nos grita, “«Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba, el que crea en mí», como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva.” Juan el evangelista explica. “ Con esto quiso decir el Espíritu..” Cuando nos acercamos sedientos a Jesús y aceptamos su don de apagar nuestra sed, el Espíritu Santo se mueve en nuestros corazones y desborda de deseo por Aquel que nos ama íntimamente. 

¡Y lo maravilloso es que nuestro deseo se cumple! Un corazón que anhela a Dios siempre está finalmente satisfecho porque Dios no puede resistirse a un corazón dedicado a Él.

Así como el grito de necesidad de un bebé es una línea directa al corazón y a la mano de la madre, nuestro grito de anhelo por Dios siempre llega a Su corazón, y Él responde con acción amorosa. Él viene, en su tiempo y en su manera, para cumplir nuestro deseo más profundo. ¡Qué gozo indescriptible existe en esos momentos de dulce comunión con Jesús! Nos permiten probar un poco de cielo. Nuestra sed, entonces, es de gran valor ya que con seguridad será saciada por Él posteriormente. 

Pero hay más. El estado de sed espiritual es productivo y precioso en sí mismo porque Jesús está dentro de esa sed. Él hace nacer ese anhelo en nosotros, por lo tanto está presente en nuestro anhelo. La sed misma es un lugar de comunión con Dios, a pesar de que puede ser una comunión incompleta, llena de inquieta agitación en nuestros espíritus. Debemos saborear ese tiempo de espera, no sólo sabiendo que algún día dará el fruto del cumplimiento completo, sino también sabiendo que incluso mientras tenemos sed, incluso en ese estado algo incómodo, nuestros corazones están unidos con Dios porque en realidad es Él quien se anhela en y con nosotros.

El autor cristiano J.R. Miller escribe:

No hay nada por lo que debamos orar con más fervor y más insistentemente que por anhelo y deseo espiritual. De hecho, es el alma de toda verdadera oración. Es la mano vacía extendida para recibir nuevos y más grandes regalos del cielo. Es el clamor del corazón que Dios escucha con aceptación y responde siempre con más y más vida. Es el ángel que sube por la radiante escalera para regresar por los mismos brillantes peldaños con la bendición proveniente de la misma mano de Dios. Es la llave que abre nuevos depósitos de bondad y enriquecimiento divinos. De hecho, es nada menos que la vida misma de Dios en el alma humana, luchando por crecer en nosotros en la plenitud de la estatura de Cristo. ( Come Ye Apart de J.R. Miller, cursiva mía).

Entonces, ya sea en un estado de sed de Dios o en un estado de haber sido ya satisfecho por Dios, estamos en comunión con Dios, y es bueno.

Sin embargo, hay momentos en la vida Cristiana en los que el ajetreo, las distracciones o el pecado se tragan esa sed y la apatía por todo lo espiritual disminuye. Después, un sentimiento de vacío toma lugar porque la apatía espiritual no lleva a ninguna parte. Bienaventurado el Cristiano que en ese momento vuelve en sí y reconoce el valor del ansia por Dios, dándose cuenta de que fue Dios mismo quien creó ese profundo deseo. De pronto, alegremente, se da cuenta de que fue Dios todo el tiempo quien, no sólo fue el objeto, sino también la fuente del anhelo.

En ese momento de repentina conciencia, corramos con corazones arrepentidos de vuelta al pozo para encontrarnos con Jesús. Allí nos dice: “Dame de beber”. Y en ese encuentro experimentamos Su anhelo por nosotros, y Él renueva nuestra sed.

El libro de Apocalipsis promete un día en el que nunca más tendremos sed “porque el Cordero que está en el trono será [nuestro] pastor y nos guiará a manantiales de agua viva” (Apocalipsis 7:17). Hasta que ese momento llegue, disfrutemos de  los tiempos de descontento divino que Dios agita en nuestros corazones, sabiendo que son evidencia de Su presencia en nosotros ahora, y una señal de la promesa de lo que está por venir.

Señor Jesús, que nunca deje de tener sed de ti.

En Cristo,

Adriana Gonzalez

Foto por Jens Johnsson en Unsplash